Puestos a poner etiquetas, me ha venido a la cabeza ésta de «padres de baja oferta«.
Y es que, cada vez más, nuestras vidas son de vértigo; el estrés y la ansiedad se han convertido en nuestros compañeros más fieles, a los días le faltan horas y esa cantinela del «no puedo más» nos suena ya demasiado. Da igual si eres médico, controlador aéreo, profesor, repartidor de pizzas, dependiente en una tienda o operario en una fábrica, el ritmo es frenético.
Mientras no se tienen hijos, ésto, se va llevando. Después de trabajar nuestras 8, 9, 10, 11 y hasta 12 horas (para que luego nos digan en Europa que somos unos vagos, a los que solo nos gusta la fiesta y la siesta), nos dedicamos a nosotros (salvo excepciones): vamos al gimnasio, salimos a correr, quedamos con los amigos para la cervecita de antes de cenar, vemos esa serie que tanto nos gusta, cocinamos, leemos, bailamos sardanas, jugamos a la play… Vamos, que nos dedicamos tiempo, por otra parte TOTALMENTE NECESARIO a mi entender para mantener la cordura (siempre estarán los adictos al trabajo, pero esto es ya otro tema que nada tiene que ver con trasfondo del post).
Pero cuando se tienen hijos, a menos que seamos ricos, ese tiempo tan «nuestro» deja de existir o se reduce de manera drástica. Hay padres y madres (o «pamá» como nos llaman nuestros hij@s en combo al vernos juntos), que lo llevan con un amor y un contento que me alucina y me fascina pero la mayoría, no lo llevan/llevamos tan bien y, a veces nos ahogamos. El nivel de exigencia en los trabajos es el mismo, las horas de sueños muchas menos, las obligaciones se multiplican y el tiempo que antes teníamos para nuestro ocio y despilfarro, se ha transformado en un espiral de pañales, baño, cenas, dibujos, compras, ritual de sueño, etc., que nos dejan K.O. Nos dejan tan muertos que, a veces, es complicado sacar energía para juegos, risas y disfrute de nuestros hijos. Y esto, es una pena.
(PARÉNTESIS)…
Aquí vendrá algún lumbreras como Josef Ajram a decirnos que apliquemos su regla de las 8 horas para tener una vida equilibrada…. ¿No la conocéis? 8h de trabajo (entre ir, venir, comer… las reuniones, las horas extras…), 8 horas de sueño (no se que es eso desde hace 20 meses) y 8 horas de ocio (nada más que añadir señoría). Eso dice… Cada vez que veo sus libros en los escaparates, me dan ganas de pegarles patadas y pisotearlos.
…(SEGUIMOS)
Es ahí donde el término PADRES DE BAJA OFERTA cobra sentido en mi mente. Esos padres y madres que llegan a las 20:00h tan agotados que se sientan en el sofá y no tienen ganas ni de mover el pulgar para encender la tele. Todo les molesta, todo les incomoda. Cualquier esfuerzo físico o mental es sobrenatural. Es ahí donde entran en escena las discusiones, los gritos, las malas formas y muchas veces, por desgracia, si no hay una profunda base y comunicación en las parejas, las separaciones.
Días malos, tenemos todos. Y días en que todo se nos hace un mundo, también. Pero hay una cosa que debemos ACEPTAR desde el momento que miramos a nuestras parejas, con esa chispa en los ojos para acabar teniendo un bollito de carne a los 9 meses (mas o menos) y es que, LA VIDA CAMBIA siendo padres, vaya si cambia. Y quien se aferre a lo contrario, más le vale tener una gran tolerancia a la frustración.
Obviamente, todo pasa. Obviamente, todo se calma. Obviamente, podremos volver al gimnasio, al cine y a disfrutar de cenas con amigos sin lloros ni pataletas. Pero los bebés se hacen caca, se hacen pis, demandan afecto, atención, piden brazos, quieren mimos. Quieren que cuando lleguemos de trabajar les abracemos, les besemos, juguemos con ellos y les cantemos, si hace falta, para dormir. Y se despertarán, con suerte una o dos veces, durante la madrugada para decirnos que quieren agua, biberón o que tienen miedo y se sienten solos. ESTO ES ASÍ.
Así que, aquí va un consejo para todos esos papis que se sientan identificados con este post:
«ACEPTA. No es resignación, pero nada te hace perder más energía que el resistir y pelear contra una situación que no puedes cambiar». Dalai Lama.
Al final, si todos coincidimos en algo, una vez pasado el mal trago es en que, ha valido la pena.
Vivamos el presente, porque nunca volverá.